Dentro de la jaula me saco las plumas una por una. Fíjate que no siento dolor al practicar el rito, tampoco costumbre. Si es que me lo preguntas -aunque tengo claro que no lo harás- rara vez siento algo.
A veces, cuando pienso que el viento ya no golpea tan fuerte, las vuelvo a colocar en su sitio con la ilusión casi infantil de permanencia, pero allí no duran demasiado. No tanto como me gustaría. Y es que el gigante sopla y ellas caen, ¿Qué se puede hacer contra eso? La sangre es una fuerza natural. Un vínculo impuesto. La jaula.